Trama de Crimen y Estado: Lecciones Olvidadas en la Historia

Trama de Crimen y Estado: Lecciones Olvidadas en la Historia

Revelaciones sobre vínculos entre disidencias de las FARC y altos funcionarios del Estado

Las recientes revelaciones sobre posibles conexiones entre disidencias de las FARC y altos funcionarios del Estado en Colombia, a partir de una investigación de Noticias Caracol, han conmocionado al país. Los documentos incautados a alias Calarcá detallan estrategias para crear empresas fachada, facilitar el acceso a armas y movilidad, así como pactar no agresiones con miembros de la Fuerza Pública. También se mencionan indicios de financiación irregular en la campaña presidencial de Gustavo Petro. Todos los señalados han negado tales acusaciones, tildándolas de montajes. Este patrón de escándalo y negación es familiar para los colombianos.

Un ciclo de cooptación criminal

La situación actual es un eco de capítulos anteriores en la historia de Colombia. En las últimas tres décadas, la cooptación criminal del Estado ha demostrado ser un patrón recurrente, no una desviación ocasional. Cada década ha estado marcada por un escándalo que revela grietas en la institucionalidad del país.

Durante los años noventa, el Cartel de Cali financió la campaña presidencial de Ernesto Samper, resultando en el famoso Proceso 8.000, donde los criminales intervinieron para proteger al presidente en medio de la controversia. A pesar de las negativas de Samper, el daño infligido a la institucionalidad era irreversible, evidenciando que el crimen organizado podía llegar a lo más alto del poder.

Con el nuevo milenio, surgieron otras dinámicas de infiltración. En el gobierno de Álvaro Uribe, el DAS fue instrumentalizado por el paramilitarismo. Su exdirector, Jorge Noguera, fue condenado por entregar listas de sindicalistas al Bloque Norte para su asesinato, convirtiendo un organismo creado para proteger a la democracia en una herramienta de criminales.

Hoy, durante la administración de Gustavo Petro, resurgen acusaciones sobre funcionarios de la Dirección Nacional de Inteligencia y el Ejército supuestamente pactando con disidencias de las FARC. Aunque la veracidad de estas afirmaciones aún se está investigando, el patrón de infiltración criminal se repite, con organizaciones criminales aprovechando las grietas institucionales.

La infiltración: Problema de Estado

Colombia suele interpretar estos episodios como ataques a gobiernos específicos o como reflejos de la ideología de un sector político. Así, cuando se involucra a un presidente de izquierda, la derecha lo ve como un hecho predecible, y viceversa. Sin embargo, esta aproximación reduce un problema estructural a simples disputas partidistas. En realidad, la infiltración criminal no tiene ideología; busca fisuras en las instituciones.

Los grupos ilegales no persiguen afinidades ideológicas, sino oportunidades. El Estado colombiano presenta múltiples vulnerabilidades, como controles internos débiles, supervisión insuficiente sobre la Fuerza Pública y una cultura política que valora la lealtad por encima de la ética. Todo esto crea un escenario propicio para que las organizaciones criminales se infiltren en las instituciones.

La erosión de la democracia

La historia reciente indica que la democracia en Colombia se deteriora no por un hecho extraordinario, sino por la acumulación de pequeñas complicidades. El daño no proviene de un solo acto, sino de la suma de muchos: desde funcionarios que entregan información hasta ciudadanos que protestan solo cuando el escándalo afecta a su adversario.

Ninguno de estos actos, visto de manera aislada, podría colapsar un país. Pero, juntos, forman una peligrosa percepción de que la legalidad y la ética son negociables. Las principales revelaciones de corrupción en las últimas décadas han surgido más a menudo a través de filtraciones y denuncias externas que por los mecanismos internos de control del Estado.

Así, la pregunta crucial no es cuán grave es el escándalo actual, sino cuántas veces más estaremos dispuestos a tolerar este ciclo. Mientras sigamos tratando cada nueva revelación como una anomalía, la erosión de nuestra democracia continuará.

Al final, es vital cuestionar por qué aceptamos que la historia se repita y cómo podemos evitar que esto vuelva a suceder.

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