El presidente Gustavo Petro ha escalado el uso de la palabra “dignidad” como un eje central de su mensaje político, presentándose como un líder valiente ante diversas crisis. Esta expresión ha sido su bandera para exigir respeto a Estados Unidos, particularmente durante su confrontación con la administración de Donald Trump, cuando demandó el cese de deportaciones en condiciones precarias. En sus publicaciones en Twitter (ahora X), Petro ha enfatizado su desdén ante las posibles sanciones que podrían afectar a Colombia en materia de cultivos ilícitos y su inclusión en la lista OFAC, que amenaza su acceso al sistema financiero internacional.
El mandatario repite “dignidad” ante grupos de seguidores, instándolos a respaldar su reforma a la salud y su controversial reforma tributaria, conocida como ley de financiamiento. Simultáneamente, rechaza las críticas y señala con vehemencia a quienes osan cuestionar su gestión, afirmando “yo no me arrodillo”. Sin embargo, esta postura parece contradecirse con la realidad, ya que enfrenta la acusación de arrodillarse ante extorsionistas que menoscaban su autoridad y la de su administración.
Carlos Carrillo, director de la Unidad de Gestión del Riesgo y exconcejal de Bogotá, ha hecho eco de esta contradicción, declarando de manera contundente: “Yo no soy de los que extorsiona al presidente para atornillarme a un puesto”. Sus palabras evidencian la existencia de personajes en el entorno del presidente capaces de poner en entredicho su dignidad, indicando que podrían influir en sus decisiones como si él no fuera su superior.
La reciente controversia involucró a Angie Rodríguez, directora del Departamento Administrativo de la Presidencia, quien afrontó una solicitud de renuncia. Sin embargo, logró revertir la decisión presidencial, lo que plantea interrogantes sobre cómo pudo conservar su puesto. ¿Recurrirá a técnicas utilizadas por otros funcionarios, como la embajadora en Londres, Laura Sarabia, o el exembajador Armando Benedetti, para justificar su permanencia a pesar de la pérdida de confianza del presidente? La situación resulta aún más preocupante si se considera que, como sugiere Carrillo, Rodríguez pudiera estar utilizando tácticas de extorsión.
Este escenario plantea preocupaciones sobre qué definición de dignidad prevalece en el gobierno de Petro. Se cuestiona si lo que él proclama realmente tiene validez o si es, en efecto, un mero disfraz que oculta las complejidades del entorno político actual.
