La rica herencia cultural de México, especialmente en el ámbito musical, ha capturado la atención de hispanohablantes en todo el mundo. Un claro ejemplo de esto se vivió el pasado 9 de mayo de 1990, cuando más de 170.000 personas se reunieron en el Zócalo de Ciudad de México para presenciar el primer concierto de Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes. Este evento se recuerda con especial cariño tras el éxito del documental Juan Gabriel: debo, puedo y quiero, dirigido por María José Cuevas, que se ha convertido en un testimonio del impacto eterno de este ícono mexicano. La proyección reafirma que los grandes artistas nunca mueren completamente, sino que continúan vivos en la memoria de su audiencia.
México puede celebrar una fecha clave en su historia cultural, marcada por la fusión de la música popular y la alta cultura. El 9 de mayo podría considerarse un «Día Nacional de Todas Las Culturas», en contraste con España, donde se recuerda un evento similar el 3 de noviembre de 1965. En esa ocasión, Raphael debutó en el Teatro de la Zarzuela, marcando un hito en la música española. Sin embargo, la irrupción de Juan Gabriel en Bellas Artes representó una ruptura más profunda, al consagrar a un ídolo de masas en un espacio tradicionalmente elitista.
Carlos Monsiváis, en su libro Escenas de pudor y liviandad, define a un ídolo como “un convenio multigeneracional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimentales”. Hoy, este concepto resuena también con artistas contemporáneos como Rosalía. Al haberse desdibujado las fronteras entre lo culto y lo popular, muchos artistas han comenzado a justificar su trabajo apelando a su conexión con el público. Rosalía, sin embargo, ha decidido elevar su propuesta. Al igual que Juan Gabriel, que se dirigió a todos los públicos, ella también busca mantener una conexión con sus seguidores, afirmando que, aunque su música evoluciona, sigue siendo accesible para todos.
